#Opinión
Por qué me opongo al aborto
13/06/2018. Por Roque Rueda.
Tardé en poder publicar algo sobre esto. Pido perdón a quienes puedan no entender que uno tenga motivos para tardar. Prefiero ser honesto.
Me pasa algunas veces que tengo miedo de mis miedos. No saber realmente si opino lo que opino, o si en realidad opera en mí ese miedo fundamental que es el miedo a contravenir las normas y parámetros de la tribu, del grupo de pertenencia.
Tengo miedo a veces de terminar siendo cruel o injusto por querer ser un buen chico.
Este tema del aborto me llevó, tal vez como nunca, a confrontarme con ese miedo.
Quienes apoyan la idea de legalizarlo esgrimen cuestiones muy fuertes. Dicen que la prohibición sólo logra llevar a la muerte a mujeres desesperadas y generalmente pobres. Que igual pasa y va a pasar. Que sólo se discute si el aborto será legal o clandestino, pero que igual seguirá sucediendo. Que la penalización ha fracasado y por tanto ha demostrado, además, no tener sentido.
Dicen otras cosas también, que me conmueven menos. No me conmueve en este asunto el argumento de la libertad de la mujer. Todos tenemos límites a nuestros derechos, y esos límites son legítimos si se fijan para preservar razonablemente otros derechos. Mucho menos me conmueve el argumento, que finalmente se hizo necesario y para mí es evidentemente falso, de que ese ser que viene sea otra cosa que un ser humano vivo.
El debate no ha permitido matices importantes. La eventual diferencia de tratamiento entre la situación de la madre y la de los otros involucrados, por poner un ejemplo, no estuvo seriamente en la discusión. A esta altura, realmente no sé si la falta de matices es efecto de la calidad del debate, o de la naturaleza del tema debatido.
Es cierto – hasta donde sé – que no hay mujeres presas en la Argentina por abortar. ¿Pero eso es un argumento a favor o en contra de la despenalización? ¿Ese hecho demuestra que la penalización no sirve, o por el contrario demuestra que quienes enfatizan en la crueldad de la penalización en realidad buscan otra cosa, les preocupa otra cosa?
El debate real, hoy por hoy, definitivamente no pasa por la despenalización, sino por la legalización, por el tratamiento del aborto no como un hecho dramático, que el sistema jurídico debe tratar con realismo y con compasión en los casos difíciles, sino como un derecho puro y simple de la mujer.
Ese es el verdadero debate. Y los debates sirven si a través de ellos se busca la verdad.
Por mi parte no acuso a nadie de asesino en esto. Creo que para ser asesino hay que querer asesinar. No creo que un cuarenta y pico por ciento de los diputados del Congreso sean asesinos, que algunos amigos que piensan distinto que yo lo sean. Puedo encontrar, sí, sesgos ideológicos. Puedo vislumbrar también en ellos sesgos de pertenencia, que no sé si tienen el valor de reconocer. Puedo encontrar sesgos antirreligiosos o anticlericales, que son la otra cara de la moneda de los sesgos religiosos o clericales.
Creo que están equivocados, y que su equivocación puede tener, y ya tiene, graves consecuencias. Creo que en general omiten en el análisis – en un grado de verdadera negación - una parte sustancial de la discusión, que no pasa por opiniones, sino por hechos.
Así como yo no niego la realidad de muertes en abortos clandestinos (sí pongo en duda las estadísticas que algunos invocan), así como no niego que una mujer pobre tiene menos recursos para eludir la ley que una mujer de clase media o alta, pido que no me nieguen que hay otro ser humano involucrado.
Lo pido además por otro motivo: yo no estoy invocando convenciones humanas, sino realidades objetivas. Si fuera por convenciones, podría invocar aquí varias, de rango constitucional, que impiden el dictado de una ley que legalice el aborto. No lo hago porque creo que es más profundo el debate real.
Cuando un parlamento trata este tipo de cuestiones no sólo regula hechos. Regula conductas. Una de las funciones más importantes de un parlamento es definir las conductas deseadas y las no deseadas por una sociedad. En esas definiciones indudablemente inciden valores. Son todo lo contrario de asépticas en materia de valores.
Decir que la penalización no ha servido en todos estos años porque no hay mujeres presas y porque sigue habiendo abortos es un razonamiento incompleto al menos. En primer lugar, lo último también puede decirse de la estafa, del incumplimiento de deberes de los funcionarios, de la malversación de caudales, del robo, de cualquiera de las conductas tipificadas como delito en el Código Penal. Sigue habiendo, los hay desde que el mundo es mundo, y probablemente los habrá. Eso no exime a un parlamento de decir que los rechaza, que no los elige como conducta deseada.
Por otro lado, la existencia de la prohibición, por más que parezca quedar en una formalidad, es indudablemente un mensaje. Es manifestar que creemos disvaliosa la conducta del aborto. Es elegir en el conflicto entre ciertos derechos de la madre, distintos al de la vida, y el derecho a la vida del niño gestado, optando por este último derecho porque lo consideramos superior, intocable. No podemos saber cuántas vidas ha salvado esa prohibición que superficialmente parece haber quedado como una simple expresión formal.
Lo cierto es que aun así, si sólo se tratase de la despenalización de la madre, tal vez sería otra mi postura. Pero no se trata de eso.
Arriba decía que este asunto me conflictuó mucho, por miedo a ser injusto y cruel como consecuencia de asumir una postura dogmática o gregaria. Hace pocas semanas no hubiera podido escribir esto con tranquilidad.
Lentamente me liberé de ese miedo, porque en cada nuevo análisis siempre llegué al mismo punto crucial: ese momento en el que hay que “proceder”. Definitivamente no puedo concebir ese momento como otra cosa que el momento en que se mata a un ser humano indefenso e inocente. Y ahí me freno..
Este debate es además – y tal vez principalmente – un debate cultural. Por mi parte, quiero sumarme a la construcción, o a la defensa, de una cultura que respete la vida como algo sagrado e intocable, que no haga categorías de vidas. Quiero sumarme a una cultura que promueva la responsabilidad, el hacerse cargo de los propios actos, que trate los casos difíciles con compasión, como casos difíciles, pero no derive de ellos derechos falsos. Que muestre, en serio, a esas mujeres desesperadas, sean pocas o muchas, otras posibilidades, otros caminos, otras salidas.
Por eso hago mis votos porque mañana el Congreso le diga al país, a Latinoamérica y al mundo, que queremos otra solución, que propiciamos esa cultura. Y porque pasado mañana se ponga en serio a trabajar para que esa otra solución sea realmente efectiva.
Porque podamos con el tiempo convencer con hechos - a todos o casi todos - que el aborto era la peor solución.